“Querido/a…”
“Hola … “…
¡Qué ilusión me ha hecho siempre recibir cartas! Ya fuese de gente que hacía tiempo no veía, como de mis amigas del instituto a las que veía todos los días y hacía apenas unas horas que nos habíamos separado.
¡Por no hablar de los Christmas! Tan iguales que me parecen ahora y tan distintos que me parecían antes. Siempre creyendo que estaban elegidos para mí por ser yo, como yo hacía con cada uno que mandaba en función de a quién fuese…
¡ Y esas postales que llegaban en verano!, de esos amigos y amigas que nos mostraban cómo se acordaban de nosotros desde sus sitios de veraneo, ya fuese la playa o el pueblo de sus abuelos… y que hacían que marcharte de vacaciones supusiese una visita previa al estanco por si luego no había sellos en el lugar de veraneo…
Puedo recordar el momento de abrir el buzón o que subiese mi madre con el correo y dijese que habías recibido algo a tu nombre… ese pequeño ritual de abrir, si era carta, sin que se rompiese más que lo mínimo el sobre, y sentarte a leer esas letras, a las que ponías voz en tu cabeza… y entonces a preparar la respuesta para enviarla de nuevo. Según la persona en papel blanco, o en papel de colores, con bolígrafo azul ,o de colores… Ahí plasmabas tus sentimientos, ya alegrías, ya penas, de infancia, y las más de adolescencia…
Es curioso, releer de nuevo esas cartas recibidas y encontrarte a través de ellas con la realidad de aquellos años que tienes quizás un poco dormida.
De pronto te das cuenta de gente que ha ido desapareciendo de tu lado y que parecía que la necesitases como el aire para respirar en aquellos momentos. Cuya amistad parecía irremplazable, irrompible. Esas amistades que poco a poco se fueron enfriando, distanciando y hasta olvidando.
¡Ay! Esas amistades de verano que cuando volvías a casa parecía que te iban a volver loca con su ausencia tras haber compartido en apenas diez días “toda tu vida”. Nombres que al leerlos en un sobre te traen mil recuerdos a la cabeza. Sensaciones que viviste se reavivan por unos segundos. Los suficientes para hacerte sonreír y traer al presente un trozo de ti.
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Y entonces me encuentro pensando en la cantidad de cartas electrónicas que escribo ahora a amigos, y que recibo en contestación, y que quizás se pierdan en este espacio 2.0. En esos post del blog que hago, en los de otros que comento… en esos tweets diarios… Letras que no sé si se podrán recuperar dentro de unos años para traer a mi memoria a tanta gente apreciada y querida en estos momentos, ¿tantas sensaciones y emociones compartidas se quedarán perdidas y olvidadas en el limbo 2.0? ¿ Qué debería hacer para en unos años revivir momentos y sentimientos? ¿Imprimir cada correo personal recibido? ¿ Hacer copias de seguridad de los posts del blog y los comentarios a cada uno de ellos?
No quiero perder esa ilusión de recordar esos pequeños momentos al sentarme entre material antiguo cada vez que recoloque un armario. Y temo olvidar lo que he vivido en estos años de la llamada “era digital”.
Quiero, el día de mañana poder sentarme y leer esto que ahora tecleo, porque mi pasado me pertenece, porque mi pasado quiero que se haga algún día presente.
Estar tumbada en una gran cama a la vez que se teclean pensamientos y sentimientos con el mar al fondo, las palmeras moviéndose es todo un lujazo y muy grato cuando se procede de una ciudad sin playa, donde el asfalto abunda y es complicado teclear desde la cama con vistas a zonas verdes…
Aunque ahora que lo pienso, si pusiese mi cama sobre una gran plataforma de casi un metro y cambiase los tabiques de la casa para que me cupiese la cama en esa nueva posición, es posible que sí que pudiese ver las zonas verdes aunque lo del mar y las palmeras se complicaría… salvo si pusiese un bonito poster como el que tenía en mi habitación cuando era joven, aún más, y me encantaba soñar e imaginar ( aunque esto no sé si aún más que ahora)… pero en este último caso, no me haría falta la plataforma ni tirar tabique alguno.
Parece que todo es mejorable si nos lo proponemos y nuestro estado de ánimo es el correcto. Aunque claro, antes o después, hay que elegir. Y ser consecuente con los resultados de la elección. Esto último es primordial para tratar de estar y ser felices con nosotros mismos. Y como todos sabemos con los que nos rodean.
Siempre pienso que no depender del reloj, ya es en sí estar de vacaciones. A mis peques desde que empiezan las vacaciones escolares, les trato de hacer ver lo afortunadas que son porque tienen casi tres meses para hacer cosas distintas de los otros nueve meses. Porque aunque haya cosas que parecen las mismas, al final, el conjunto en el día, es muy diferente a un día escolar. Quiero que valoren cada día por sí mismo. El día escolar, el día de fin de semana, el festivo entre semana, el festivo de Navidad, el festivo de Semana Santa, el festivo vacacional de verano… No quiero que vivan pensando sólo en el fin de semana o en las vacaciones, porque eso ya lo hago yo y no me crea felicidad, es como descontar días, y eso no te hace disfrutar de cada uno de ellos.
Cuando puedes pararte a pensar, te das cuenta de que cada día, al terminar, te deja un montón de momentos únicos. Lo que pasa es que rápidamente los olvidamos. Sólo recordamos lo rutinario. Sólo evocamos lo súper buenísimo o lo súper malísimo. Pero en 24 horas son tantos momentos los que tenemos: buenos, malos, súper buenos, súper malos, … y todos ellos en el fondo únicos, diferentes, salvo que nosotros no lo queramos ver así.
Al estar aquí tumbada pienso en lo escasas que me suelen parecer las 24 horas de cada día.
Hay que hacer tantas cosas con 24 horas.
Queremos hacer tantas cosas en 24 horas.
Hay que dormir, hay que comer, hay que cuidarse, hay que cuidar a los peques, hay que cuidar a tu pareja, hay que cuidar a tus padres, hermanos, familiares, amigos, hay que trabajar, hay que limpiar, hay que comprar para alimentar, hay que… y claro todo esto hay que hacerlo de algún modo más o menos ordenado, es decir, hay que organizarlo y planificarlo… pero como no estamos solos ni controlamos todo, y somos simples humanos, no vale con organizar y planificar, sino que hay que reorganizar y replanificar cada vez que alguna de las cosas planificadas sufre alguna variación respecto a lo inicialmente planificado ( ya sea de duración, de inicio, de finalización, de resultados esperados, de personas que intervenían …)… De ahí que el buen propósito de planificar en mi caso no dure mucho pues pronto empiezo a ver los incumplimientos y el tiempo y esfuerzo que me supone actualizarlo y me frustre y lo deje…
No obstante, como septiembre empieza mañana, y es el momento de los buenos propósitos, yo voy a comenzar con dos muy sencillos y que no van por el momento sujetos a horarios definidos de inicio y finalización:
– uno es tratar de ser una mujer H.A.P.P.Y. Os dejo el link sobre la definiciòn que hacen Cathy Greenberg y Barrett Avigdor http://www.emol.com/tendenciasymujer/Noticias/2011/08/29/21614/Fuera-culpa-guia-para-madres-trabajadoras-felices.aspx
– y otro es intentar asumir que las cosas pueden estar bien aunque se hagan de un modo distinto al mío ( en mi caso es muy importante porque si mi marido hace cosas pero luego voy “revisándolas” siguen colgando de mi cabeza, y eso quiero empezar a evitarlo y superarlo, creo que me vendrá muy bien, y además me gustaría este año darles nuevas responsabilidades a mis peques peques porque se me están haciendo peque grandes y esto me ayudaría mucho)
Voy a ver no obstante si en las próximas semanas, y tras iniciar el nuevo curso escolar, hacemos una buena planificación en familia para poderla ir revisando de modo periódico y poder organizar el tiempo de todos para tener tiempo de calidad como familia y como individuos.
Ahora, voy a volver a perder la mirada en esas palmeras, y voy a disfrutar de estos momentos de silencio y de pensamientos propios. Voy a tratar de acallar esos pensamientos sobre reuniones, uniformes, horarios,… que dentro de una semana tendré que vivir a estas mismas horas. Bendito mar. Bendito descansar.
Y tú, te has planteado ya cuáles van a ser tus buenos propósitos para este nuevo curso?