La pequeña despertó con una sonrisa. Acababa de tener un sueño precioso. Bajó de la cama y se puso a buscar entre sus juguetes el pequeño tocador de muñecas que tenía ese espejo en el medio rodeado de pequeños stickers brillantes que parecían diamantes. Al fin lo encontró, lo volvió a mirar para asegurarse que era ese, y salió corriendo en busca de su mamá.
– ¡Mamá ! ¡Mamá! ¡Mira lo que tengo!
La pequeña frotó el espejo para dejarlo muy limpio y brillante y se lo enseñó a su madre que sonrió.
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La pequeña miró hacia el suelo, no podía ser que hubiese un señor tumbado en el suelo con más cobijo que una caja de cartón sobre la que descansar y con la que arroparse con el frío que hacía en la calle.
– Mamá, ¿ por qué ese hombre está ahí tirado? ¿ por qué no se tumba en su casa? – preguntó la pequeña a su madre.
– Porque lo mismo no tiene casa cariño – contestó la madre
– Pero mamá, ¿ cómo no va a tener casa ? Tendrá unos padres, o unos hermanos, o unos primos, o unos amigos… – insistió la pequeña
– Puede que los tenga, pero que estén en otra ciudad – le dijo la madre tratando de acelerar el paso y con voz amable
– Entonces, ¿ está sólo? ¿ y quién le da un beso de buenas noches y de buenos días? ¿con quién come y desayuna? ¿quién le va a ayudar si el viento se lleva sus cartones?
Otra vez volvía a estar allí de pie, frente al espejo, erguida como una bella vara. ¿ Cuándo había sido la última vez que se había contemplado en el espejo? No era capaz de recordarlo: diez minutos, tres horas, veinticuatro horas, dos días…
Pasó delicadamente los dedos por el filo del espejo mientras se observaba y entregaba al momento…
Entrecerró los ojos, y notó que aquellos olores y sensaciones volvían a ella: Seguía la magia en el cuarto, seguía el sabor dulzón de la nata en sus labios.
Se autoabrazó, cruzando los brazos sobre sus pechos. Recordó sus besos en el cuello, bajando lentamente por su espalda, girando lenta y delicadamente por su cadera… hasta posar lentamente sus labios en el vientre.
Sonrió. Abrió los ojos. Miró el reloj. Estaba al llegar. Era afortunada. Lo sabía. Veinte años después seguía sintiendo una descarga eléctrica en su ser al pensar en él.
Dandocoloralosdias
Madespymas
Parece que era ayer cuando empezábamos septiembre ilusionados con este nuevo reto. Recuerdo también esa cuenta atrás de la tercera semana pensando que no llegaba y maldiciéndome por meterme en estos fregados un mes de septiembre con grandes acontecimientos familiares por medio. Y ahora estoy aquí viendo que esto se acaba… Porque esta primera edición del Iron blogger materno/paternal toca a su fin. Esta pequeña locura que me ha permitido descubrir nuevos bloggers y reafirmar lo buenos que son otros echará el cierre en breve.
Para despedir esta temporada voy a dejar a un lado el tema de septiembre, la vuelta al cole con sus inquietudes e ilusiones , y voy a hablar de algo que todos experimentamos pero que no todos somos capaces de seguir con nuestros hijos; sí señores, voy a hablar del instinto.
Como seres vivos que somos, más concretamente animales, y algunos hasta racionales, nacemos, crecemos, vivimos, algunos nos reproducimos, y morimos. Este ciclo es bastante corto, y si no, lo parece al menos. Pero es complicado en todas sus fases. Y en todas y cada una de ellas hay algo muy común que está siempre presente: el instinto.
El instinto es algo natural, innato, que la madre naturaleza nos proporciona para sobrevivir. Pero ese instinto nos empeñamos tantas y tantas veces en obviarlo, contradecirlo… Y lo peor de eso es que muchas veces lo hacemos no porque queramos que sea así sino porque creemos que los que nos rodean, las situaciones que vivimos así lo exigen.
¿Qué tiene que ver esto con la maternidad? ¿Y con la paternidad? Mucho más de lo que nos podemos llegar a cuestionar. Desde lo que tienes que hacer, o no hacer , antes y durante el embarazo, como en el momento de dar a luz a tu hijo o de empezar a cogerlo…
Han pasado ya muchos años desde mi primera hija, aunque eso no es lo que me parece en algunos momentos, y han sido muchas las ocasiones en que me he arrepentido por no dejarme llevar por el instinto, o hacerlo pero no compartirlo o mostrarlo en público. Recuerdo ese bebé llorando que callaba al cogerla en brazos y tener que soportar el «acostúmbrala a los brazos y ya verás», esa pequeña que le costaba dormirse y si me veían mover el carrito » no la acostumbres a eso que …» O esas malas noches que acababa en mi cama y yo asustada por no dormirme » como se meta en la cama no sale» o » cuidado con los ahogamientos por asfixia»… ¡Cuántos malos momentos interiores! ¡Cuánta inseguridad estúpida que los años me han hecho ver que todo fue por no escuchar a mi instinto en todo momento y querer ser socialmente correcta.
Me da mucha cosita ver y oír la de cosas que tienen que soportar los pobres padres primerizos. Mi recomendación es que escuchen su instinto y lo sigan. Está muy bien leer, oír otras experiencias, incluso acudir a talleres prenatales, pero de verdad, creo que la maternidad sentida y vivida con el corazón no falla, te indica el camino, guía tus pasos, y te hace sentir tranquila contigo misma, con el bebé.
Es difícil no caer en creer que no estás preparado, que tu pequeño no tiene la madre y/o el padre preparados que necesita, y es un gran error: se aprende paso a paso, practicando sobre la marcha, y pasando un examen cada día de la vida de nuestros hijos, o lo que es lo mismo, de la nuestra.
Y tú, ¿has seguido el instinto en tu maternidad o paternidad? ¿Ha sido sencillo desde el principio seguirlo o lo has tratado de tener callado en algún momento?
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Nota: este post pertenece al reto Iron blogger promovido por Y papá también y la primera edición toca a su fin hoy para mí con este post de aquí. Sólo decirte gracias Sr.D por esta maravillosa oportunidad.