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Caminante no hay camino

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El 2017 está siendo un año muy «revulsivo» a nivel personal. Un año con una banda sonora de fondo intensa en la que no falta el gran Serrat con su » caminante no hay camino, se hace camino al andar…»

Un año en que los primeros diez meses han dado para mucho. En los que he podido sentir el suelo abriéndose a mis pies, el alma escapándose entre mis dedos y mi esencia, mi corazón, con una gran lucha interior

Pero he tenido una vez más la vida de cara, y la suerte de haber podido resistir al envite de la desilusión y haberlo utilizado para aprender más sobre mis debilidades y fortalezas personales. 

En este camino, he podido por fin darme cuenta de que soy la única responsable de que mi día a día sea especial o no. Valga la pena o no. Sea una oportunidad o no.

No ha sido fácil. Ni lo es. Ni lo será. Sólo he comenzado el camino y soy consciente de ello. Es un camino en el que cuento con mi gran incondicional y mis otros pequeños ángeles, a los que se han ido añadiendo algunas figuras nuevas que he tenido la suerte de encontrar, y conocer, en los últimos meses. 

Y lo que de verdad he aprendido es que todo cambio en mi vida va a exigir un cambio en mí misma, un ponerme en camino, porque si no hay movimiento no es posible que las que cosas dejen de ser como son o creemos que son.  

No puedo evitar sonreír al pensar en esta última reflexión porque no entiendo como ha sido posible pasar de no oírla nunca a estar escuchando e incluso pensándola casi todas las semanas estos últimos meses gracias a algunos farolillos que he tenido la ocasión de conocer en este nuevo tiempo.
  

Ese ponerse en camino creo que lo hemos oído todos, pero escuchado pocos. Porque escuchar implica interpelarse, cuestionarse uno qué, por qué y para qué hace, deshace, se deja hacer, deja de hacer… Y contestar implica tomar conciencia de nuestra realidad, una realidad que quizás no queramos asumir ni aceptar porque seguramente nos implicará cambiar, arriesgar, caminar…

Lo mejor de estos meses, ha sido aprender que la persona que más me juzga soy yo misma, que soy la que más puedo hacerme sufrir, pero también soy la que más puede hacerme disfrutar del momento, la que puede decidir quien y/o quienes pueden hacerme daño o no, y esa es una lección que nunca es tarde para aprender. 

Y tú, ¿ya estás en camino?