Así fue:
La pequeña cerró los ojos y apretó con fuerza los puños, no podía llorar, no allí, no la tenían que oír.
Contó de cinco a cero: cinco, cuatro, tres, dos , uno, cero. Silencio? No. Su corazón seguía desbocado.
Tomó aire, se tapó la cabeza con la sábana y contó de diez a cero: diez, nueve, ocho, siete, seis … Y escuchó un fuerte grito procedente de la habitación de arriba.
Trató de recordar por donde se había quedado pero no hubo suerte. Decidió empezar de nuevo.
Volvió a tomar aire, apretó los puños para que la sábana no se le escapara y comenzó: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Silencio? Empezó a escuchar su corazón más lento y pausado. Abrió los ojos a la vez que abría los puños, se sobresaltó y lloró.
Una noche más, la pesadilla había acabado.
Las pequeñas corren descalzas por la orilla del mar y la playa.
Sus pequeños pies chapotean y juegan con las olas que se acercan a descansar a la arena.
Sus sonrisas, sus ojos, el agitar de sus pequeños brazos, … todo ello muestra libertad y seguridad. Juego y felicidad.
Mirarlas y sentir que todo tiene un sentido, un por qué que no siempre se aprecia a primera vista.
Cogidas de la mano sonríen. Se acercan, se alejan, se acercan, se alejan…
«Mamá, mira, no nos pillan»
No puedo dejar de mirarles y sentirme feliz.
Esa imagen la quiero conservar en mi retina… Y esa…y esta otra…
(Reflexiones a la luz de la luna de una mami numerosa)
Había amanecido como un día más.
La mañana en el colegio, entre las pruebas de matemáticas, los experimentos de ciencias, la clase de educación física, los cambios de clase aprovechados hasta el máximo intercambiando lazos de colores con sus compañeras…
Y al salir de clase, allí estaba su madre esperándola con una gran sonrisa, un suave beso, su merienda y una ¡ carta!
Qué lento había parecido pasar el tiempo aquella tarde entre deberes, baños, cena… Pero por fin se encontraba en su habitación. Ahora sólo faltaba que todos entrasen en su rutina nocturna para acurrucarse en su cama, y allí cobijada sobre su colchón y su colcha por fin poder perderse en aquellas letras que tanto deberían de contarla.
La pequeña se quedó en silencio tratando de escuchar los sonidos de la casa. Quería confirmar que nadie le molestaría cuando leyese esos poemas que él prometió mandar y ahora llegaban.
– ¡ Mamá no quiero ducharme otra vez, ya lo hice ayer! – decía la pequeña mientras entraba a la habitación para prepararse la ropa que debería ponerse después de esa sufrida ducha.
La madre resopló y calló. Todos los días la misma cantinela. Todos los días las mismas quejas y protestas. Pensó en cómo cambiarían las cosas en unos años: entonces tendría que ser ella la que le dijese que ya bastaba de tanta ducha y tanto acicalarse. Sonrió.
La pequeña pasó a su lado cual ciclón derecha al baño.
– ¡ Mamá! ¡Estoy preparada!
Cuando llegó ya estaba estaba dentro de la bañera echándose agua con la ducha con forma de elefante que le había comprado meses atrás para ver si así le atraía más ese momento del día.
– ¡ Mamá mira! ¡ El arcoiris a mis pies!
Mamá miró y sonrió. ¡Qué mágico momento al mezclarse el champú con el agua!
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