Así fue:
La pequeña cerró los ojos y apretó con fuerza los puños, no podía llorar, no allí, no la tenían que oír.
Contó de cinco a cero: cinco, cuatro, tres, dos , uno, cero. Silencio? No. Su corazón seguía desbocado.
Tomó aire, se tapó la cabeza con la sábana y contó de diez a cero: diez, nueve, ocho, siete, seis … Y escuchó un fuerte grito procedente de la habitación de arriba.
Trató de recordar por donde se había quedado pero no hubo suerte. Decidió empezar de nuevo.
Volvió a tomar aire, apretó los puños para que la sábana no se le escapara y comenzó: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Silencio? Empezó a escuchar su corazón más lento y pausado. Abrió los ojos a la vez que abría los puños, se sobresaltó y lloró.
Una noche más, la pesadilla había acabado.
Cerró los ojos.
Podía escuchar en su cabeza aún la conversación de la noche anterior.
Esos nervios, esas inseguridades, ese miedo ante lo desconocido…
Trató de recordar cómo se había sentido ella casi treinta años antes. Tenía tan enterradas esas sensaciones que no conseguía volver a ellas para tratar de aconsejar y aplacar aquella pequeña angustia que su pequeña le transmitía.
Volvió a abrir los ojos. Se miró en el espejo. Encontró la mirada de aquella chica de trece años madurada por la experiencia de algunos años sobre sus hombros, que se había traducido en pequeñas marcas de expresión ; pero acaso aún no la acompañaban algunas de aquellas sensaciones en su día a día actual?
Sus pequeños ojos se clavaron en mis pupilas y no pude evitar sentir una punzada de angustia en mi interior: esas lágrimas luchando por no salir y esa sensación de abandono por mi parte … Lágrimas producidas por la incapacidad que tenía para decir no a este sistema estúpido en el que como sociedad estamos organizados.
Bajé la mirada. La volví a subir. Sus pequeños ojos continuaban fijos mirándome. Me agaché, la abracé de nuevo y le di el beso más intenso que pude para que la acompañase en cada momento de separación que tendríamos que soportar a lo largo de ese primer día.
«Buen día mi amor pequeño» dije, a la vez que las lágrimas empezaban a fluir a través de mis pestañas.
La pequeña despertó con una sonrisa. Acababa de tener un sueño precioso. Bajó de la cama y se puso a buscar entre sus juguetes el pequeño tocador de muñecas que tenía ese espejo en el medio rodeado de pequeños stickers brillantes que parecían diamantes. Al fin lo encontró, lo volvió a mirar para asegurarse que era ese, y salió corriendo en busca de su mamá.
– ¡Mamá ! ¡Mamá! ¡Mira lo que tengo!
La pequeña frotó el espejo para dejarlo muy limpio y brillante y se lo enseñó a su madre que sonrió.
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