Primer domingo de otoño, tiempo de silencio
Amanecer un domingo a las nueve de la mañana sin el despertador, es para mí todo un lujo. Mirar hacia el horizonte y ver las cuatro torres despuntando en el llamado Skyline me parece todo un placer. La casa en silencio, o casi en silencio, porque se puede escuchar el sonido de las respiraciones desacompasadas del resto de los habitantes.
Apenas se ven coches a través de las ventanas. Pocas personas pasean por los parques y calles cercanos. Algún que otro perrillo con su dueño disfruta de la soledad del parque. Todo es tranquilo mientras el sol va haciéndose un hueco.
Hoy va a ser un domingo familiar. Con la excusa de celebrar un Santo un mes después debido a la imposibilidad de hacerlo antes por cruces de vacaciones, hoy hemos quedado para comer. Prepararé un arrocito porque no me atrevo a denominarlo paella. Y tomaremos de postre algo de fruta y si llegamos un poco de helado. Repaso mentalmente todos los ingredientes y sí, están listos.
Me gusta estar en silencio. Me gusta no pensar en todo lo que me agobia. Me gusta olvidar por un momento esas preocupaciones que últimamente parecen abarcar gran parte de mi vida.
Es fácil caer en la tentación de pensar en tantas cosas, pero también es sencillo imaginar en todo lo que podrás hacer el día que muchas de ellas las hayas superado o te hayan abandonado.
Es otoño, pero por la temperatura no lo parece, por los tonos que se ven desde aquí tampoco.
Voy a volver a la cama. Voy a acurrucarme y a esperar a que la casa vaya despertando. A que el barrio vaya amaneciendo. Y voy a disfrutar de poder pensar en silencio.
Feliz primer domingo de otoño.